El Mejor regalo de mi vida
Por: Oscar Siu Mori
Verano de 1992, mi hermano mayor, Iván, me llevó al Estadio Nacional para ver al equipo de sus amores, Alianza Lima. Esa noche jugaron un amistoso con el Cruzeiro de Brasil. Como es el destino, los de la Victoria perdieron 2 a 1, el descuento de ellos lo hizo Rosinaldo López, quien años después tuviera un paso sin trascendencia por el Sporting y el rival, años más tarde también, sería el que nos quitaría el sueño de ganar una Copa Libertadores.
Esa fue la primera vez que fui a la cancha. Recuerdo que me impresionó el verde del campo de juego mientras subía las escaleras de la tribuna popular Sur. Fue inolvidable como, ante mis ojos, poco a poco iba apareciendo la Torre de la Norte, luego las tribunas y, finalmente, el césped del Nacional.
Ni el resultado ni el trámite del partido importan, ni siquiera fue especial a qué equipo fui a ver por primera vez, yo, hincha confesó del Cristal, me fui feliz de la cancha, y además perdió Alianza, qué más podía pedir. Fue dos años más tarde cuando, por fin, pude ver a mi Sporting en esa misma cancha. Era un 29 de octubre y mi hermano Orlando me dio el mejor regalo de cumpleaños que se le puede dar a alguien como yo.
Ese sábado por la mañana desperté muy emocionado. Semanas antes me había comprado en el colegio una vincha del Cristal que decía: “Futuro campeón 1994”, y mi hermano me molestaba diciéndome que solo me serviría para ese año y nada más. Me tenía sin cuidado, ya estaba listo para ir a la cancha y ver a mi equipo. Mi cumpleaños era al día siguiente.
Todo estaba listo para que Cristal salga campeón, un empate ante el Unión Minas le bastaba para dar la vuelta, pero esa ya es historia más que conocida. Cuando estábamos en el paradero me sorprendió mucho ver como pasaban los micros llenos de hinchas con sus camisetas celestes, y me causó sorpresa, porque siempre escuchaba que Cristal no tenía muchos adeptos, pero lo que vi se contradecía con esos comentarios, propios de la envidia de ver crecer a mi Sporting querido.
En el estadio hicimos cola por una hora, media para comprar la entrada y media para entrar a la tribuna. En ese entonces, yo no pagaba entrada, así que mi regalo le salió barato a mi hermano. Las graderías de la popular Sur estaban repletas, Oriente también estaba casi lleno, más de la mitad de Norte con gente celeste y en Occidente no había tantos aficionados. Y eso contradecía, también, a los que decían que los hinchas de Cristal eran los de la clase alta, porque la tribuna más cara, estaba casi vacía.
El resultado del partido ya todos lo saben, pero la fiesta que viví por primera vez en una tribuna fue con el equipo de mis amores, la gente no paraba de cantar, las olas, el papel picado, el contómetro. Jamás, me sentiré tan satisfecho de haber tomado una decisión como está. Jamás, podré arrepentirme de haberme enamorado de estos colores. Jamás, dejaré que la distancia o la muerte me alejen de este sentimiento. Porque cuando el amor es tan profundo, nada ni nadie podrán hacer que el Sporting Cristal desaparezca de mi mente, de mi cuerpo o de mi alma.
Verano de 1992, mi hermano mayor, Iván, me llevó al Estadio Nacional para ver al equipo de sus amores, Alianza Lima. Esa noche jugaron un amistoso con el Cruzeiro de Brasil. Como es el destino, los de la Victoria perdieron 2 a 1, el descuento de ellos lo hizo Rosinaldo López, quien años después tuviera un paso sin trascendencia por el Sporting y el rival, años más tarde también, sería el que nos quitaría el sueño de ganar una Copa Libertadores.
Esa fue la primera vez que fui a la cancha. Recuerdo que me impresionó el verde del campo de juego mientras subía las escaleras de la tribuna popular Sur. Fue inolvidable como, ante mis ojos, poco a poco iba apareciendo la Torre de la Norte, luego las tribunas y, finalmente, el césped del Nacional.
Ni el resultado ni el trámite del partido importan, ni siquiera fue especial a qué equipo fui a ver por primera vez, yo, hincha confesó del Cristal, me fui feliz de la cancha, y además perdió Alianza, qué más podía pedir. Fue dos años más tarde cuando, por fin, pude ver a mi Sporting en esa misma cancha. Era un 29 de octubre y mi hermano Orlando me dio el mejor regalo de cumpleaños que se le puede dar a alguien como yo.
Ese sábado por la mañana desperté muy emocionado. Semanas antes me había comprado en el colegio una vincha del Cristal que decía: “Futuro campeón 1994”, y mi hermano me molestaba diciéndome que solo me serviría para ese año y nada más. Me tenía sin cuidado, ya estaba listo para ir a la cancha y ver a mi equipo. Mi cumpleaños era al día siguiente.
Todo estaba listo para que Cristal salga campeón, un empate ante el Unión Minas le bastaba para dar la vuelta, pero esa ya es historia más que conocida. Cuando estábamos en el paradero me sorprendió mucho ver como pasaban los micros llenos de hinchas con sus camisetas celestes, y me causó sorpresa, porque siempre escuchaba que Cristal no tenía muchos adeptos, pero lo que vi se contradecía con esos comentarios, propios de la envidia de ver crecer a mi Sporting querido.
En el estadio hicimos cola por una hora, media para comprar la entrada y media para entrar a la tribuna. En ese entonces, yo no pagaba entrada, así que mi regalo le salió barato a mi hermano. Las graderías de la popular Sur estaban repletas, Oriente también estaba casi lleno, más de la mitad de Norte con gente celeste y en Occidente no había tantos aficionados. Y eso contradecía, también, a los que decían que los hinchas de Cristal eran los de la clase alta, porque la tribuna más cara, estaba casi vacía.
El resultado del partido ya todos lo saben, pero la fiesta que viví por primera vez en una tribuna fue con el equipo de mis amores, la gente no paraba de cantar, las olas, el papel picado, el contómetro. Jamás, me sentiré tan satisfecho de haber tomado una decisión como está. Jamás, podré arrepentirme de haberme enamorado de estos colores. Jamás, dejaré que la distancia o la muerte me alejen de este sentimiento. Porque cuando el amor es tan profundo, nada ni nadie podrán hacer que el Sporting Cristal desaparezca de mi mente, de mi cuerpo o de mi alma.