martes, 21 de marzo de 1989

DELIRIO EN LA BOMBONERA

Por: Bernardo Behr

Sucede en tiempos difíciles. O sea siempre. Un optimismo contagiante irrumpe por nuestros poros y algún universo paralelo estimula una nueva mentalidad: que a este país ya no lo para nadie, que los peruanos estamos más hermanados que nunca y que una papa a la huancaína debidamente internacionalizada hará por esta tierra lo que Dios no pudo. De vez en cuando el mensaje escoge como heraldo a algún adalid televisivo: y es que hay que ser positivos, mi hermano.

Entre los múltiples delirios transformados en convicción, existe uno de raíces futbolísticas que ha sido la delicia de orates semi informados: “siempre hacemos sufrir a los argentinos”. En esos casos, suspendiendo cualquier noción de tiempo/espacio, la historia se afinca en 1969, con pleno dominio de los tonos sepia, el matiz de la nostalgia. Según esta premisa, los goles de Cachito fueron el Big Bang, quedando el Apocalipsis materializado en el ancestral escupitajo de Roberto Challe. En suma, esta lógica postula que el mundo se inició y se acabó esa tarde en La Bombonera. Y el que diga lo contrario, no es más que un arrogante antipatriota.

Para no recibir tal acusación, y confesando haber ingerido cuatro vasos de whisky y tres aspirinas sin prescripción médica, el autor asumirá en las siguientes líneas la voz del optimismo y evocará otra de las tantas jornadas gloriosas del fútbol nacional lograda a despecho de nuestros hermanos rioplatenses.

Sucedió en marzo del 89, fecha en que la Copa Libertadores permitió reverberar nuestra consabida supremacía sobre los gauchos. El campeón peruano del 88, Sporting Cristal, había viajado a Buenos Aires para enfrentar a Boca y Racing, compartiendo un grupo que también integraba el subcampeón peruano Universitario. Tras los partidos jugados en Lima, el primer paraje celeste debía una Bombonera a oscuras. El ahorro energético permitió ver a fanáticos boquenses alumbrando la noche con encendedores y fósforos, postal romántica que se emparentaba con las torres de electricidad derribadas en Lima. Lo cual les daba una ligera ventaja a los jugadores de Cristal, que se sentían como en casa.

Lo único localista que quedó en La Bombonera terminó siendo el arbitraje: pero aún con dos penales errados por el rival y dos jugadores menos en cancha, Cristal hizo historia: le anotó tres goles a Boca Juniors en su propia cancha. El hecho que recibiera cuatro no es más que un detalle accesorio solo útil para quienes gustan de las estadísticas.

Aquella jornada permitió aproximarnos más a una de las materias que ya forma parte de la sabiduría colectiva nacional. A saber, los tecnicismos médicos que describen el comportamiento del argentino promedio cada vez que se topa con un peruano en el área chica. Traduciendo: temblor de piernas, sudoración extrema, severas taquicardias, ahogamiento parcial y descontrol de esfínteres. Aunque algunos imberbes como los muchachos de Bersuit Vergarabat intenten mofarse de aquel pavor crónico recurriendo a historias mínimas que jamás podrían desafiar nuestra natural preeminencia histórica. Algún día se arrepentirán de tamaña fanfarronada.

Como ya se debe haber arrepentido Jorge Comas. Bautizado como Comitas, el goleador xeneize se atrevió aquella noche a clavarle tres goles a un equipo peruano. El primero a los 13 minutos, en una evidente posición adelantada que ni el juez Sergio Vázquez ni el línea Enrique Marín, a la sazón chilenos, se dignaron a observar. El segundo, apenas 30 segundos después del receso de mediotiempo, aprovechando un tiro libre cerca del área, las frías piernas de nuestros compatriotas y un silbato chileno que jamás sonó. El tercero, ya ni sé. Pero Comas lo pagaría caro: tras su retiro, familiares y amigos le darían la espalda. Tuvo ocho hijos que su mujer no le deja ver. Ha perdido pelo. Y desde hace una década transita sus días abrazado por igual al cristianismo y a la soledad, demostrando que el Todopoderoso toma revancha cuando atacan a sus hijos dilectos.

Cuánta desdicha pudo haberse evitado Comas de haber seguido el ejemplo de Mario Humberto Lobo. Sabedor del enorme potencial de nuestro balompié, Lobo decidió recalar un tiempo en Lima, siguiendo aquella máxima que dice que si no puedes vencer a tu enemigo, únetele. Aquella tarde Lobo anotó dos goles con la celeste y, hasta donde se sabe –pues por estos lares ya nadie lo recuerda-, goza de buena salud y plena felicidad.

El restante tanto xeneize llegó por obra de Alfredo Graciani, centrodelantero que, sin embargo, pagaría sus culpas diez años después. Sobreviviendo a la informalidad de Municipal, a Rafael Hernando y a nuestra humedad, decidió pasar una breve temporada –semana y media, para ser exactos- en el cuadro edil, con cuarenta años a cuestas y varices multiplicadas. Regresó a Buenos Aires sin jugar un solo minuto, pero dejando agradecido la huella de sus chimpunes en el maltratado césped del Parque Zonal Huayna Cápac.

En cuanto al arbitraje, mejor no ahondar. O mejor sí, porque intensifica el triunfo moral de esta historia. El chileno Vázquez cobró dos penales para Boca. El primero lo erró Comas. El segundo cayó en manos de Gustavo "El Charro" Gonzales. Por cada penal, hubo una expulsión. Primero el Mango Olaechea, después Segundo Cruz. Y aún así llegó un tercer gol, de Manassero, que puso a Cristal a un tris del empate. Un casi mayúsculo, debe decirse.

El técnico de Boca, José Pastoriza (q.e.p.d.), no salía de su incredulidad: “Fue un partido muy raro, extraño, misterioso. Discúlpenme que emplee estos términos, pero en mi opinión fue así”. Bah. Unos metros más allá, Alberto Gallardo (q.e.p.d.) derramaba viriles lágrimas conmovido por el esfuerzo desplegado por sus jugadores, por una hazaña que ni la derrota pudo opacar. Lo dijo bien Francesco Manassero: “Estuvimos a punto de ganarle a Boca”. Hincha el pecho, peruano.

Incluso, los periodistas argentinos se acercaron a colegas nuestros para preguntarles por cuál de los goles se habían sentido más perjudicados. En trascendental gesto ninguneante, respondieron al unísono: “Por todos”.

Hasta el embajador peruano en la Argentina, Alfonso Grados Bertorini (a) Toribio Gol, se animó a comentar el encuentro en su triple condición de periodista, deportista y diplomático: “No es la primera vez que veo ganar a un equipo con la ayuda del árbitro, con un arbitraje tan abiertamente perjudicial para el visitante”.

Pero quien mejor no pudo expresar la alegría por este triunfo moral –para quienes se olvidaron del quid del asunto, nos referimos al haberle hecho tres goles a Boca en su cancha- fue el enviado especial del diario El Comercio, quien deleitó a sus lectores con una frase que debiera epigrafiar cualquier reedición de la Historia de la República de Basadre de aquí en adelante: “El campeón peruano Sporting Cristal escribió otra hermosa página de vergüenza deportiva y espíritu de lucha”.
Es cierto, los cerveceros quedarían eliminados tres días después tras caer ante Racing en Avellaneda. Pero que de eso se ocupen los mezquinos, esos que dicen que nuestra supremacía sobre los argentinos no es más que pura fantasía. El Perú puede avanzar sin ellos.

FICHA DEL PARTIDO:

Martes 21 de marzo de 1989
Estadio: La Bombonera (Buenos Aires)

Copa Libertadores 1989, Grupo 5

BOCA (4): Navarro Montoya; Stafuza, Tavares, Cuciuffo, Erbín; Villarreal, Carrizo, Tapia (Latorre); Graciani, Perazzo, Comas. DT: José Pastoriza

CRISTAL (3): Gonzales; Arrelucea, Arteaga, Cruz, Olivares (Guido); Olaechea, Mario Palacios, Redher, Manassero (Ochandarte); Lobo, Hurtado. DT: Alberto Gallardo
Árbitro: Sergio Vázquez (CHI)

Goles: Comas 13’PT, 30’’ST y 7’ST y Graciani 9’ST (BOC); Lobo 33’PT y 21’ST y Manassero 6’ST (SC)

TR: Olaechea, Cruz (SC)

Incidencias: Comas desvió un penal al travesaño a los 43’PT. Gonzales le atajó un penal a Perazzo a los 45’ST.